Leer terror

Un cuento de terror: Marionetas

«Stay unfiltered and loud, you’ll be proud of that skin full of scars».

All I know so far, Pink

Vaya, tanto tiempo esperando ver la famosa luz y ha llegado tan tarde que ni puedo sentirla. El sol se me pega a la piel dormida; si se queda mucho tiempo pasará de caricia a quemadura. De todas formas, ya no importa. Quizás hasta ponga el asunto mucho más interesante. Para ti, al menos.

Déjalo sonar. Es la primera vez que no puedes coger mi móvil e inmiscuirte en mis asuntos. Didn’t we almost have it all? When love was all we had worth giving? La canción es en tu honor. Te dará qué pensar mientras tu cuerpo no responde y solo se te permite parpadear, mover las pupilas en un círculo perfecto para reconocer lo que te rodea, coleccionar furia para ser incapaz de transmutarla, escuchar el bombeo rápido de tu corazón intranquilo. Creerán que buscabas suicidarte; es la estupidez que hacen todos los que son como tú. Honrar el compromiso con vuestra cobardía hasta el final. Te explico, esto se llama perder. Perder el control, perder la esperanza. A ti te sonará a chino, para mí es territorio comanche. Vas a convertirte en mi particular Edgar Allan Poe, atormentado por los latidos culpables y, cariño, los vas a escuchar con atención. Sí, por última vez, me vas a escuchar.

Yo era una preciosa polilla blanca, tú una extraña bola de fuego ácido. Nadie me advirtió y, aunque lo hubieran hecho, habría volado directa hacia la trampa de todas formas. Además de ceguera, padecía sordera selectiva. Escuchaba mis voces, ninguna más. Ni siquiera la tuya, lanzando advertencias veladas. Se volvió loca y tuve que dejarla. Malditas mujeres histéricas empeñadas en hacerle la vida imposible a un juguete tan dócil como tú, ¿verdad? La amante predecesora siempre deja un rastro de platos rotos, pobrecito. ¿Quién pegará los trocitos con la delicadeza que requiere? Ya aparecemos otras para ofrecernos a curar las heridas que no hemos causado. Ahí estaba la trampa. Todas estamos locas después de pasar por las manos de un monstruo. En mi caso, ya ni siquiera pienso disimular. ¿Estás asustado?

Con cada voltereta de tu lenguaje se creó un halo y su poder lo envolvió todo, mentiroso y manipulador. Buscamos la fotografía perfecta, el marido, la esposa y los hijos; la anhelada compañía. Una garantía de que, pase lo que pase, no acabaremos solos, abandonados para enfrentarnos a lo que somos, así que le echamos el muerto a otro. Tú vas a cargarme a mí, a mi soledad y a mis inseguridades. Es imperativo acallar los ecos. «Acabarás sola». «¿Cuál es tu problema?». ¿Y quién no cree a una voz familiar? Así que la polilla mantuvo el vuelo alrededor de tu luz cegadora, aleteando deprisa como un colibrí, aunque sin miedo a caer. No, nos alimentábamos el uno del otro, mi vacío y tu drama, aire en mis alas, oxígeno en tu fuego. Al igual que al desgraciado insecto, me habían adiestrado para orientarme por el brillo de una luna prometida, cuentos de hadas que curan con polvos dorados y príncipes rotos a los que arreglar con un beso. Quién se iba a imaginar que alguien inventaría la bombilla. Mi sistema de orientación quedó atrapado por la ilusión de tu resplandor, una luna artificial irresistible contra la que no había acumulado ninguna sabiduría de defensa. Atracción funesta. Irreversible. Fatal.

Cierra los ojos todo lo que quieras, evita mirarme y registrar en tu retina en lo que me has convertido. Ah, no eres consciente de las fuerzas que has despertado. La polilla se ha transformado en cucaracha. No hay nada más peligroso que quien ha perdido toda esperanza. Es como un chasquido, un interruptor que de repente cambia de «bueno» a «malvado» y luego a «indiferente». Eso es incluso peor, ¿sabes? El dolor mata conciencias. Las adormece, una sacudida eléctrica en piel mojada. Quizás hasta se pueda oler la carne quemada. Cuidado con los que han padecido un dolor atroz y han sobrevivido porque no recularán cuando la vida los ponga a examen de nuevo. Las cicatrices son el recuerdo de que todo sana con el tiempo, aun dejando lecciones gravadas en la corteza. A mi pesar, he tenido que forzar a mis heridas a salir a la superficie, se ve que el dolor no es suficiente si no mancha la ropa, si no colorea de amarillos y púrpuras, si no gotea sobre la alfombra.

Me pidieron pruebas. No bastaba el temblor en mi voz con tu sola presencia ni la angustia en la boca del estómago a punto de acabar en un río encima de los papeles con mi nombre que nunca firmé. Mejor vuelve a la cueva con el ogro y pórtate bien, eso parecían darme a entender. Si Tomás precisó meter el dedo en las llagas del mismísimo hijo de un dios, ¿qué pretendes tú, cielo? Regresa cuando sujetes su cabeza o la tuya en la mano. Un pie delante del otro dibujó el pespunte camino a la tripa del monstruo. Me devoraría, un día un jirón de piel, otro un pedazo de carne, y entre los hilos desgarrados y los huesos quebrados, la poca autoestima sobrante diluida en sangre y lágrimas. Nadie debió jamás escuchar ninguno de los gritos, ni los golpes en la pared que simulaba mi cuerpo, ni los cristales rotos de todo lo que no alcanzaba mi cabeza. Nadie, porque las miradas de los vecinos en el rellano eran esquivas pero nunca llamaron a la puerta con la excusa de que al menos bajáramos el volumen.

Y de repente comprendí que el silencio no era un castigo sino una paradójica oportunidad del destino para convertirme en el cordero que se arranca la piel de lana y deja emerger al lobo. Callada, me observabas y te imaginabas como el rey Midas. Tu control hecho de oro pesado que me hundía aún más en el pozo, tan brillante y dorado para todos, tan asfixiante para mí. Porque las palabras no quiebran huesos ni arrancan mechones de pelo, las amenazas no se pueden fotografiar, el aislamiento y la humillación no requieren de ningún vendaje ni puntos de sutura. Y entre dientes intactos y una lengua dormida, tejí pensamientos en un lugar donde ni siquiera tú podías reinar, a veces ni siquiera yo misma. Hay flores venenosas que, con el agua adecuada y paciencia, germinan y saben a un té con azúcar y leche a las cinco de la tarde.

Brindamos a tu salud con una taza de cerámica. Cierto es que tuve que asistirte un poco para sujetar el cuchillo. El entumecimiento de los músculos es normal, se te pasará en unas horas. Pero los dedos eran todo tuyos, las huellas que plagan el mango y mi cuerpo te pertenecen. Siempre fuiste el dueño de lo que no merecías, por esta vez es justo que firmes con tu nombre el cuadro de caos que has pintado. Aunque incapaz de sonreír, estoy segura de que sentiste cierto atisbo de placer mientras la sierra de metal se abría paso por los dibujos de tinta invisible que ya adornan para siempre la figura de lo que fui. ¿Era algo así lo que imaginabas en tus amenazas? Fíjate, al final soy yo la que ha cumplido tus sueños, la que te ha completado, tu media naranja podrida. Y con la misma hoja afilada que me abre en canal para deleite de todos, corto el falso hilo rojo que unió nuestros destinos y descanso en el final alternativo que me he diseñado. Me libero de tu teatro de marionetas y por una vez mando yo. Exhalo mi último aliento envuelta en la dulce agonía de desaparecer mientras escucho en la lejanía los golpes en la puerta. Porque esta vez sí me ocupé de armar mucho ruido.

Vendrán, vestidos de azul y con rostros serios, y tendrán que taparse la boca y la nariz, pero mi imagen será una polaroid impresa en células inmortales. Los recuerdos traumáticos tienen las patitas de un ciempiés. Corretearán hasta que se les cierren sus ojos, cubiertos de tierra. Ahora sí, viajamos juntos al infierno que nos hemos ganado. Tú, al de los artesanos del abuso que engrosan estadísticas sin que nadie mueva un dedo y yo, a mi agujero, pero esta vez los que me manipulan se manchan los guantes de látex y el alma con sus anheladas pruebas. Podrán rellenar con detalle su informe forense, repetirlo hasta la saciedad excusados en la última hora de noticias morbosas y limpiar sus conciencias con una sentencia ejemplar. Ahora tendrán que creerme.

Pero todavía no. Todo eso será a su tiempo. Pienso beberme cada segundo de tu ansiedad, tengo curiosidad por experimentar a qué sabe. El miedo de otros debe ser nutritivo, ¿qué harás sin su oxígeno? Ah, no intentes hablar, ya no funciona. Déjame que sea yo quien recite tu soneto habitual: perdóname, no sé lo que me ha pasado. Te lo compensaré, no volverá a pasar.

Y por una vez tienes toda la razón.


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