Miscelánea

Clichés del cine de terror que deben morir

Demonizar los clichés de un género sería robarle aquellos elementos que un día se ganaron un hueco en el corazón del público y que han permanecido durante largo tiempo, en su mayor parte por deseo expreso de la audiencia. Sin embargo, el terror también, como todo en la vida, debe evolucionar a la vez que sus fans y hay ciertos clichés que ya no convencen a una mente del siglo XXI. A continuación, propongo una lista de algunos que deberían desaparecer o buscar una vuelta de tuerca:

Se me ha acabado la batería

Remake de Cabin Fever (Travis Zariwny, 2016)

Cuando los teléfonos móviles irrumpieron en el cine nos regalaron la excusa perfecta para dejar atrapados a nuestros personajes en situaciones peligrosas, convirtiéndose en un obstáculo más de esos que deben pulular por la trama principal. Lo que ocurre es que la tecnología ha avanzado y la capacidad de tragarse esa excusa por parte del espectador también. Ya hemos aprendido la lección: debemos cargar por completo el móvil y, si es posible, tener una de esas baterías portátiles, así que tú, guionista o escritor que te has propuesto fastidiar la vida a tu personaje: te toca pensar algo mejor.

Una variante de este cliché es el «aquí no hay señal», que todavía podemos seguir exprimiento porque es cierto que hay lugares en el mundo donde la cobertura se pierde y no hace falta irse al Everest (Hay cafeterías en mi pueblo donde la señal brilla por su ausencia). Aquí lo importante es esa gran palabra que llevo demasiados post sin pronunciar, ahí va: VEROSIMILITUD. Si tu prota se queda sin cobertura, debe ocurrir de una forma creíble.

Los jumpscare en el espejo

Insidious (James Wan; Leigh Whannell, 2010)

Que sí, que al principio de los tiempos nos pegábamos unos sustos de muerte cuando el personaje en cuestión se lavaba la cara y levantaba la vista al espejo para encontrarse con una aparición, o cuando cerraba el armario del lavabo y veía al demonio que lo atormentaba. Pero esos tiempos ya pasaron. Nos divertimos, los atesoramos en nuestros corazones y pasamos página. ¿Quiere esto decir que ya no podemos jugar con los espejos? ¡Por dios, no! No seré yo quien robe este maravilloso elemento de terror al género, pero sí que lanzo el desafío de buscar otro ángulo para hacerlo. Ahí tienes el guante, si lo quieres recoger…

Debe ser el viento

Vamos a ver, si la puerta de mi habitación se cierra de golpe y tengo la ventana abierta, mi mente racional atará cabos porque está configurada para ello. Lo hará incluso si está cerrada, buscando otra forma de evidencia física y real. Sin embargo, si escucho susurrar mi nombre, se me encienden los aparatos electrónicos solos o toda la gente de mi alrededor empieza a morir en extrañas circunstancias, quizás (solo quizás) me plantee que algo más allá del plano de la realidad no va bien. Porque los negacionistas existen, pero ya hemos visto demasiados fenómenos en noticias, películas y libros como para no dar siquiera un ápice de credibilidad a que algo raro nos pueda ocurrir en la vida real.

¿Que esto te lo pone más difícil como creador? ¿Eso dices? Pues bienvenido al fantástico mundo de contar historias en el siglo XXI, trás milenios de haber contado un gigantesco número de ellas. Te toca sentarte a pensar y darle un giro a la situación.

El asiento de atrás

Año 2020. ¿Quién se sienta en el coche sin mirar en el asiento de atrás antes, sobre todo si te persigue un demonio vengativo al que acabas de despertar abriendo la caja que no debías? Por favor, inventemos otra cosa. Ah, y el espejo retrovisor ya está colocado, que el coche es suyo. No necesita girarlo para que veamos al asesino en serie reflejado.

Mi niño hace dibujitos extraños, pero no pasa nada

Los niños son otro magnífico elemento de terror que siguen explotándose con grandes aciertos, pero todavía quedan creadores que han debido vivir encerrados en la montaña sin enterarse de que, tras años de testimonios en programas como los de Oprah, ya hemos aprendido que si un niño dibuja personas con las cabezas cortadas, quizás algo no vaya bien.

A pesar de que es un recurso que bien utilizado puede aportar algo a la historia, vuelvo a lanzar un reto: utilizad otros elementos para evidenciar que el niño presencia sucesos paranormales. Y si queréis ver algún ejemplo sobre cómo no usar dibujos para apoyar vuestra trama de fantasmas, os recomiendo La posesión de Mary (Michael Goi, 2019) y Voces (Ángel Gómez Hernández, 2020).

El coche no arranca

Este es un amigo de «el teléfono no tiene batería». Vamos a ver, cuando te preparas para irte a la casa aislada en el lago que tienen tus padres (los míos no tenían, pero se ve que en las pelis todas las familias tienen una. ¡Malditos suertudos!), ¿qué es lo primero que haces? Cargar el móvil, llenar el depósito de gasolina y comprar comida, que todos sabemos que es más barata en un gran supermercado que en las tiendas de los pequeños pueblos para turistas. Así que, si solo has usado el coche para ir hasta la casita y has calculado que haya gasolina para volver, no me vengas con que ahora no arranca.

¿Se ha podido averiar? Claro que sí, en la vida real pasa, pero esto es ficción y aquí de nuevo, viene esa palabrita preciosa: VEROSIMILITUD.

El asesino es más lento que tú y aún así…

Me da la sensación de que los asesinos de las películas de terror salen de algún cómic de Marvel (o DC, vale, no elijo ningún bando) porque tienen el súperpoder de andar más lento que una señora octogenaria y aún así atrapar al pobre iluso que pensó que por ser la estrella del equipo de atletismo podría escaparse. Si ya expliqué por qué hay que descartar los personajes idiotas, ahora insisto en que los villanos también merecen un par de neuronas.

Y lo hilo con una variante de súper héroe que es: el asesino es indestructible. A no ser que hablemos del mismísimo Diablo (y aquí tendríamos mucho que discutir tú y yo), las personas de carne y hueso somos todas mortales. Si acaban de prenderle fuego a tu asesino a lo bonzo, lo lógico es que muera, como lo haríamos cualquiera en esa situación. ¿No quieres que su final llegué así o tan pronto? Ah, pues te va a tocar pensar y rebuscar en tu retorcida mente de escritor de terror, y dar con un giro que el público se trague.

De esta casa (encantada) no me mueve nadie

Exorcismo en Connecticut (Peter Cornwell, 2009)

A mí personalmente me fascinan las historias de casas encantadas. De hecho, yo sería una de esas personas que aceptaría pasar un par de noches en una a lo The Haunting (Jan De Bront, 1999), pero si en la casa que me acabo de comprar empieza a haber claras manifestaciones paranormales y algún miembro de la familia está sospechosamente raro (no sé, acaba de estrangular a su hija pequeña, cosas raras que pasan…), igual es hora de plantearse un lugar para dormir. Sí ya sé que lo he invertido todo en esa casa y que no tengo a nadie más en el mundo mundial, pero siempre quedará el hotel o un banco del parque, cualquier cosa menos la guarida maldita del espíritu de un psicópata.

Dos buenos ejemplos de cómo convencerme de seguir viviendo en una casa encantada son La maldición de Hill House (Mike Flanagan, 2018) y Housebound (Gerard Johnstone, 2014). Para todo lo demás, Sinister (Scott Derrickson, 2012).

Ahora no, mejor de noche

La noche y su oscuridad son dos elementos imprescindibles para asustar, y no seré yo quien pida que se dejen de utilizar. Ahora bien, cuando la trama ya está avanzada y las manifestaciones del horror han aparecido e ido in crescendo, es ridículo aceptar que el personaje en cuestión esperará al momento más peligroso del día para enfrentarse al monstruo (a no ser que se justifique muy bien). No puede ser que el pobre espíritu lleve todo el día trabajando en manifestarse y el infeliz de turno no se percate ni ate cabos hasta las 3.15 de la mañana. ¡Un respeto al Más Allá!

Si hay algún cliché más que crees que habría añadir a la lista, no dudes en decírmelo. Si te ha gustado este artículo, puedes suscribirte para recibir una vez al mes la lista de posts y mi ebook gratuito Al otro lado del espejo (y de paso apoyarás a esta guionista de terror que os escribe). Lo hagas o no, gracias por leerme.

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