
3 errores comunes a la hora de escribir relatos de terror
Sé que el ego en un escritor es un personajillo poderoso. Necesario para ser capaces de resistir en este competitivo mundo, pero inútil cuando se trata de mejorar. Como lo más complicado es detectar en qué nos equivocamos, hoy vamos a hablar de algunos de esos errores que pueden arruinar una buena historia de miedo. Si te gusta el terror tanto como a mí (y si estás aquí, debe ser por eso), seguramente te hayas encontrado con relatos que, a pesar de tener todo el potencial para aterrorizarte, acaban dejándote más frío que un témpano. Quizás ni recuerdes sus títulos y eso es aún peor. No queremos ser olvidables, ¿verdad?
Así que, si estás pensando en escribir tu propia historia de terror, toma nota y evita los siguientes errores:
Sobrecargar la historia de clichés
Nada mata más rápido cualquier historia que un buen arsenal de clichés. No confundamos esto con los motivos o mal llamados «tropos», que se refieren a elementos repetidos propios del género como las casas embrujadas o el asesino en serie. Esto es algo que los lectores buscan. Cuando hablamos de clichés, me refiero a trucos que ya están muy trillados y se han convertido en predecibles y aburridos. Por ejemplo, una anciana que advierte de un peligro, niños que dibujan algo aterrador, teléfonos sin señal… Todo eso que ya hemos visto un millón de veces. La clave está en innovar y encontrar un ángulo distinto. Aquí te dejo un post que dediqué a todos los clichés de terror que deberían morir de una vez.
Partimos de la base que todo está contado ya, pero lo que sí podemos trabajar es un enfoque distinto, ya sea desde la trama, los personajes o el propio estilo lingüístico. Suelo poner como ejemplo a la escritora V.E. Schwab en este sentido porque, aunque no escribe historias originales, su estilo poético y sus personajes le dan un toque especial a sus novelas, y ahí está la gran conexión que genera con los lectores.
Personajes que actúan sin lógica
Nada saca a un lector de la historia más rápido que un personaje que toma decisiones absurdas, sobre todo porque le vemos las costuras al texto y nos damos cuenta enseguida de si un personaje está siendo manipulado por el autor para que haga lo que él quiera o sigue su propia personalidad.
Claro, en la vida real todos tomamos decisiones estúpidas de vez en cuando, pero tus personajes deben tener motivaciones claras y coherentes, especialmente en situaciones de alto riesgo, y ser verosímiles (no me cansaré de repetir este importante concepto. De hecho le dediqué un artículo entero.). Un profesor de guion me dio un consejo súper útil cuando empezaba en esta profesión: «aunque tu historia esté basada en hechos reales, si el espectador no se los cree, no nos sirve de nada que haya ocurrido de verdad». Y tiene toda la razón.
Exceso de explicaciones
El misterio es uno de los ingredientes más poderosos del terror. Si nos cargamos eso, por falta o por exceso, eliminamos una de las patas sobre las que se sustentan este tipo de historias. No sientas la necesidad de explicar cada pequeño detalle de tu historia por temor a que no se entienda. A veces, lo que no se dice es más aterrador que lo que se revela. Deja que tu lector use su imaginación; créeme, es mucho más espeluznante. Si te preocupa que algo no sea comprensible, utiliza lectores beta para que puedas detectar los posibles agujeros de tu historia, pero no trates al lector como tonto. (¿A ti te gusta que te lo den todo mascado? Lo siento, yo lo detesto).
Es como ese momento en el que villano nos hace un monólogo de cómo lo ha planeado todo y sus razones para el mal. Nos estropea esa preciosa parte de la literatura que es trabajar con las neuronas y llegar al instante en que nuestro cerebro grita «¡eureka!».
Ahí los tienes, tres errores comunes que pueden desinflar incluso el relato de terror más prometedor: clichés gastados, personajes que actúan sin lógica y explicaciones innecesarias. Con esto ya te estás ahorrando unos cuantos dolores de cabeza que aterran a la mayoría de escritores. Por supuesto, ahora viene la parte más difícil: ponerlos en práctica.
De ese cliché no nos libra nadie…
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