Escribir terror,  Leer terror

Elementos de terror VI: las enfermedades mentales

Llevo mucho tiempo con este elemento de terror esperándome para ser analizado. No lo había hecho hasta ahora porque requiere cierto grado de sensibilidad, mucha documentación y un poco de buceo en los esqueletos del armario, pero ha llegado su turno. No soy ajena a este tema, lo he tratado como escritora y lo he vivido en primera persona y en mi entorno, y he encontrado en el terror la mejor forma de explorar sus síntomas e impacto, también como lectora. Creo que en los tiempos que nos han tocado, pocos nos libramos de sufrir alguna de las enfermedades mentales de nuestro tiempo (depresión, ansiedad, por nombrar algunas).

Antes de nada debo avisar de que me dispongo a analizar los usos y la representación que se ha dado de las enfermedades mentales en general en el género de terror (esto no es una lista de instrucciones sobre cómo utilizarlas) y que, como todos los tropos de cualquier género, su uso habitual ha dado origen a ciertos clichés. Asumo que siempre trato con personas con cierto grado de pensamiento crítico y capacidad de discernir la realidad de la dramatización y exageración que exige la ficción (en todo, en la «locura» y también en el amor, en la maternidad, en la amistad), pero lo repetiré por si acaso: ningún tropo es una representación realista de ningún colectivo.

Las enfermedades mentales: un tema recurrente en terror

Sería simplón y superficial definir el terror como un género que solo pretende asustar. Sí, existen obras que nos entretienen recreando una situación de peligro controlado que nos proporcione un chute de adrenalina, pero también hay infinidad (y son mayoría, os lo aseguro) que abordan el miedo y lo que los rodea con la profundidad que lo haría cualquier otro género.

Las enfermedades mentales han sido un tema recurrente en terror durante siglos, precisamente por ofrecer ese terreno abierto vacío de juicios y barreras realistas para analizar y explorar lo que sucede en nuestra mente y cómo se representa en el mundo tangible. Muchos autores y autoras de terror sufrían algún tipo de trastorno mental y encontraron una forma de expresarlo a través del terror (de ellos hablaré más adelante). Cierto es que durante mucho tiempo estas enfermedades se han englobado bajo el paraguas de «locura», sobre todo en siglos donde las investigaciones sobre psiquiatría eran mínimas y la influencia religosa una pesada losa, y así se han creado clichés que asocian esta «locura» a individuos peligrosos y violentos, y acciones demoníacas.

La «locura» como excusa para el mal

Uno de los clichés más repetidos a lo largo de la historia del género ha sido la asociación de locura y violencia, en parte por el desconocimiento de ciertas patologías mentales y por la antes mencionada influencia que la religión ha tenido sobre la mayoría de la humanidad. Lo desconocido e inexplicable es inevitablemente asociado a algún problema en el cerebro («debe haberse vuelto loco») y esto es, en cierta medida, lógico. El ser humano es incapaz de comprender la motivación de ciertas atrocidades que se comenten entre iguales y apela a algún defecto en aquella supuesta máquina perfecta que nos proporciona control sobre nuestras acciones. Si ha hecho algo tan horrible, debe «estar loco». No soy partidaria de buscar siempre razones al mal, ya lo sabes. Creo firmemente que el mal existe y achacarlo a un episodio de enajenación es quedarse muy en la superficie (y de esto y por qué los villanos no necesitan justificación siempre escribí también aquí).

Por todo, la figura del asesino en serie o villano violento a menudo encuentra la justificación para sus malvadas acciones en algún tipo de patología mental causada por un trauma (en su mayor parte provocado por una figura materna, que este es otro cliché). Las enfermedades más utilizadas en estos términos han sido la psicopatía (si bien no existe un consenso en cuanto a calificarla como enfermedad mental sino como trastorno de la personalidad. Dejo este artículo aquí para más información), la sociopatía, el TID (trastorno disociativo de la personalidad) y la esquizofrenia.

El gabinete del doctor Caligari

El cine de terror ha sido en gran parte el que más ha contribuido a la creación de clichés en torno a estas patologías. Psicosis (Alfred Hitchcock, 1960), Múltiple (M. Night Shyamalan, 2016) o El secreto de Marrowbone (Sergio G. Sánchez, 2017) han sido duramente criticadas por su tratamiento del TID. Sin embargo, una de las primeras películas en hacer esta asociación locura/violencia/manipulación fue El gabinete del doctor Caligari (Robert Wiene, 1920), un clásico que utilizó como giro final el descubrimiento de que el protagonista era un residente de un psiquiátrico. Esto queda así si navegamos en la superficie, pero se requiere un análisis más profundo para comprender lo que el director pretendía contarnos donde el doctor Caligari representa al gobierno alemán nazi que condiciona a los soldados, personificados en la figura de Cesare, a matar.

La representación de los psiquiátricos como un lugar oscuro y misterioso, una especie de sótano donde ocultar lo «anormal», merecen un artículo aparte, así que no me adentraré en eso hoy.

La personificación de la enfermedad

Parece ser que preferimos centrarnos en el cliché negativo, pero el terror también ha ofrecido otras perspectivas sobre las enfermedades mentales como es la personificación de la enfermedad fuera de quien la padece, transformada en un ente a batir o un obstáculo a superar (o con el que convivir). Desde mi punto de vista, este prisma se antoja una versión bastante más terapéutica y realista, sin olvidar las dosis de dramatismo que siempre incluye la ficción.

En la maravillosa película The Babadook (Jennifer Kent, 2014) —spoiler alert— Amelia, la protagonista, se enfrenta a un monstruo que la atormenta y que es, nada más y nada menos, que la severa depresión que sufre a causa de la muerte de su esposo mientras ella daba a luz a su hijo. Mención especial merece un final apoteósico donde la metáfora alcanza su máximo y más realista nivel: el esfuerzo de aprender a convivir con un monstruo que es parte de ella.

Otro buen ejemplo de cómo el terror da un giro en este sentido es la ópera prima de Ari Aster, Hereditary, también en torno al duelo y la depresión. En este caso la representación de la falta de comprensión por parte del entorno y las consecuencias entre los miembros de la familia es dolorosamente realista. En Relic (Natalie Erika James, 2020), la casa de nuevo se convierte en la metáfora de una mente que pierde conexión con la realidad y la llena de recovecos y túneles tortuosos para hablar, en última instancia, de la demencia.

Enfermedad mental en autores de terror

Melancólico, alcohólico (o cualquier otra adicción a sustancias), depresivo, quizás algo antisocial, ¿verdad? (Sé en quién piensas. «Nunca más», grazna el cuervo). Este sí que es un cliché asociado a los escritores y aquí seguimos, sin quejarnos demasiado. Lo cierto es que la escritura es una de las formas de arte más terapéuticas que existen y no es casualidad que muchos de los autores y autoras de terror hayan escogido este campo para dar rienda suelta a sus partes oscuras.

H.P. Lovecraft sufría terrores nocturnos (denominado ahora parasomnia), depresión severa y episodios de pensamientos suicidas. Edgar Allan Poe declaró su lucha interna con trastornos mentales sin tapujos: «I became insane, with long intervals of horrible sanity» y lo plasmó maravillosamente en la mayor parte de su obra. Shirley Jackson sufría agorafobia (una razón quizás por la que «la casa» se convirtió en el elemento opresor más terrorífico de su obra) y tuvo varias crisis nerviosas a lo largo de su vida. Stephen King ha hablado a menudo de sus problemas de adicción causado por la depresión que arrastró durante muchos años, durante los cuales produjos sus obras más famosas (El resplandor, Carrie y Cementerio de animales). Anne Rice, la autora del segundo vampiro más famoso del mundo, sufrió una depresión severa tras la muerte de su hijo de cinco años y ha comentado varias veces cómo la escritura se convirtió en el único refugio.

Estos son solos algunos ejemplos, aunque me atrevo a decir que hay muchos más de los que conocemos. Por si te sirve de algo, me añado a la lista. No creo que esté sola en esto de buscar refugio en la escritura de terror para explorar mis demonios internos.

Un aporte final

La ficción y los personajes que la componen son en su mayor parte exageraciones de la vida real porque, de ser un representación precisa, se harían aburridos e inverosímiles (irónico, ¿verdad?). Por este motivo, es necesario comprender la diferencia entre un tropo o cliché y la representación de un colectivo al completo. Ni siquiera en esas obras que logran una mejor representación de la enfermedad en cuestión se consigue representar a otras personas que puedan vivirla de manera diferente. Porque ese es uno de los matices más importantes cuando se trata de problemas con síntomas difícilmente medibles: que son una experiencia muy personal incapaz de generalizarse a todos los que la padecen. Por eso quizás mi forma de tratar la demencia, la ansiedad y la depresión en mis historias no se corresponda con lo que otros que las sufren han experimentado, pero sí con MI EXPERIENCIA PERSONAL, y eso también es importante. Y en medio de esa delgada línea entre realidad y ficción (y la capacidad para distinguirla) está algo que siempre defenderé: la libertad del creador. En ti, lector/espectador, está la interpretación última y lo que hagas con ella.

Recomendaciones

Por último, te dejo algunos libros y películas para profundizar:

Libros

La maldición de Hill House, Shirley Jackson

Alguien voló sobre el nido del cuco, Ken Kesey

El corazón delator, Edgar Allan Poe

La sombra sobre Innsmouth, H.P. Lovecraft

El resplandor, Stephen King

Agnus Dei, Nieves Mories

Canción de sal, Marina Tena Tena

Carrie, Stephen King

Mandíbula, Mónica Ojeda

Películas

The Babadook (Jennifer Kent, 2014)

Hereditary (Ari Aster, 2018)

Melancholia (Lars Von Trier, 2011)

Tenemos que hablar de Kevin (Lynne Ramsay, 2011)

El exorcista (William Peter Blatty, 1971)

Spellbound (Alfred Hitchcock, 1946)

Si te ha gustado este artículo, puedes suscribirte para recibir una vez al mes la lista de posts y mi ebook gratuito Al otro lado del espejo (y de paso apoyarás a esta guionista de terror que os escribe) o invitarme a un café para que me pueda seguir escribiendo. Lo hagas o no, gracias por leerme.

Dejar una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Información básica sobre protección de datos Ver más

  • Responsable: Veronica Cervilla Ruiz.
  • Finalidad:  Moderar los comentarios.
  • Legitimación:  Por consentimiento del interesado.
  • Destinatarios y encargados de tratamiento:  No se ceden o comunican datos a terceros para prestar este servicio. El Titular ha contratado los servicios de alojamiento web a bluehost que actúa como encargado de tratamiento.
  • Derechos: Acceder, rectificar y suprimir los datos.
  • Información Adicional: Puede consultar la información detallada en la Política de Privacidad.

Esta web utiliza cookies propias para su correcto funcionamiento. Contiene enlaces a sitios web de terceros con políticas de privacidad ajenas que podrás aceptar o no cuando accedas a ellos. Al hacer clic en el botón Aceptar, acepta el uso de estas tecnologías y el procesamiento de tus datos para estos propósitos. Ver
Privacidad