Miscelánea

Cómo asustar sin derramar una gota de sangre

Es obvio que me encanta el terror, y a veces escribo escenas con violencia explícita, pero vengo a confesar algo: la sangre, las vísceras y los cuerpos abiertos en canal no son lo mío. Me di cuenta bastante pronto. Cuando era pequeña quería ser veterinaria hasta que vi El silencio de los corderos (1991) y me di cuenta de que, si no podía soportarlo en la ficción, en la realidad me iba ser igual o más complicado sobrellevarlo. Y así se fastidió el sueño de curar animales. Pero no el de contar historias para asustar.

Llevo tiempo preguntándome si cierto tipo de cine y literatura no sería mejor clasificarlo como gore que como terror, porque no son lo mismo. Para mí el terror debe dejar un poso que permanezca un rato, una sensación de inquietud que reaparezca de vez en cuando, horas e incluso días después de haber estado expuestos a la obra en cuestión, sea en el formato que sea, y la sangre no consigue eso, al menos no conmigo. Es impactante, sí, y desagradable y claro que nos “asusta” ver a alguien siendo desmembrado. Pero al acabar la película o la lectura, ya se me ha olvidado. El verdadero terror no se marcha (y os lo digo yo que hubo cierta película que jamás nombraré que me causó un buen trauma cuando tenía cinco años. ¿Qué hacía viéndola a esa edad?, eso es otra historia).

A veces cierto tipo de violencia explícita es necesaria para la historia, no lo voy a negar. Sin embargo, se ha convertido en el recurso fácil para intentar provocar una reacción en el espectador/lector que no consigue lograr la historia por sí misma. Crear tensión y verdadero pavor es difícil; provocar asco es bastante más sencillo.

Por esta razón vamos a ver algunos recursos alternativos al baño de sangre para aterrorizar al personal:

El sonido

Ya he mencionado esto antes y lo vuelvo a hacer porque en el género de terror a veces lo que se oye puede ser mucho peor que lo que se ve. El sonido, al igual que el olor, es algo que el cerebro recuerda con más precisión que cualquier imagen. Piensa en una canción que signifique algo para ti. Los sentimientos que asocias a ellan resurgen cada vez que la escuchas.

Escucha este fragmento de El resplandor sin audio

El sonido de unos huesos al crujir es bastante más desagradable que ver cómo le parten a un personaje una piernas por tres sitios. ¿Por qué? Pues porque, además de lo anteriormente mencionado, entra en juego nuestra mejor aliada: la imaginación. Ahí tienes La matanza de Texas (1974), un ejemplo de cómo lograr traumatizar a la audiencia con el sonido de una motosierra. Así que plantea tu escena a través del resto de sentidos y olvídate un poco de la vista.

La elipsis visual

El exorcista (1973)

El cerebro es un profesional a la hora de atar cabos. Por eso cuando recibe estímulos visuales o de cualquier otro tipo que le recuerdan a algo que ya sucedió antes, enseguida suma 2+2 y deduce que el resultado volverá a ser 4. Aprovecha esa función para que él solito complete lo que va a ocurrir en una escena y muestra solo el principio y el resultado final o su consecuencia.

Si tenemos a un personaje atado y al asesino henebrando una aguja y luego acercándose a la víctima y posando la punta en su boca, está claro lo que va a suceder. Si lo aderezas con sonido en off mientras vemos la cara del asesino impasible o disfrutando, voilà. El espectador completará la escena en su cabeza con más intensidad que cualquier imagen que pudieras crear. Como ejemplo, podéis ver un fotograma de la película El exorcista en la que Regan se ha desatado, mira al padre Merrin y ríe. (Spoiler alert) En la siguiente escena Merrin ya ha muerto. No necesitamos ver cómo lo ha hecho para tener pesadillas por la noche.

La incertidumbre

La muerte es uno de los miedos universales que probablemente sean el núcleo del noventa por ciento de las obras de terror. Y lo que incrementa ese miedo es ignorar cuándo y cómo sucederá. No es el momento en el que Michael Myers se carga a sus víctimas lo que mantiene en tensión sino la persecución, la espera, la duda de saber cuándo y cómo los matará.

Las fobias, irracionales o no, como el miedo a las arañas, a los espacios pequeños y cerrados o a la oscuridad son un ejemplo de una forma maravillosa para crear esa tensión porque se aprovechan de ese miedo a morir y también del miedo a lo desconocido, a la incertidumbre y al dolor. Ejemplos de cómo sacarle partido a este recurso son la popular Tiburón (1975) —aunque aquí hay un poquito de sangre, lo que nos hacía clavarnos las uñas era esa aleta dando vueltecitas en el agua—, Aracnofobia (1990), Enterrado (2010) y No apagues la luz (2916).

Las reacciones de los personajes

Janet Leigh en Psicosis (1960)

Este es un recurso muy potente porque utiliza otra cualidad humana para manipular nuestras emociones: la empatía. Es cierto que nos estamos insesibilizando ante la violencia ante tanto estímulo continuo sin filtrar. El cerebro es capaz de acostumbrarse a escenas atroces si las engulle una y otra vez como si fueran palomitas. Por eso es importante usar la capacidad del ser humano de ponerse en el lugar de otro antes de que la perdamos para siempre.

La expresión de angustia y desesperación de un personaje que observa cómo otra persona sufre algún tipo de dolor o violencia es a veces más poderoso que mostrar en sí lo que le está pasando a la víctima. Incluso se puede intensificar la escena con la entrada en cuadro de la mano de ese personaje pidiendo ayuda, por ejemplo.

Espero que ahora cuentes con unas cuantas cartas más en la manga para elaborar una historia terrorífica sin acudir a las vísceras, que siempre estarán ahí si las necesitas. Ya lo dijo Drácula, La sangre es la vida, pero sin abusar, que no queremos acabar malditos para toda la eternidad.

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